sábado, 8 de noviembre de 2014

Duele más que no duela.


Hoy me siento muy agradecida, como la mayoría de las personas lo están al pensar en las bendiciones que tienen en su vida; por la salud, por el trabajo, por su familia. Sí me siento agradecida por todo eso pero también me di cuenta que lo estoy por algo más. Por el dolor.
Es raro, incluso para mi al principio, pero estoy segura que agradezco a Dios, le agradezco a la vida por el dolor, porque es similar al fuego que cambia y purifica.
Hoy en la mañana en un hospital de Guayaquil conocí el caso de una joven, sólo un año menor que yo, que estaba internada por una complicación de una rara enfermedad autoinmune que padece. Me impactó mucho escuchar su historia en realidad la forma en que la contó, hablaba de sucesos realmente dolorosos con tanta serenidad y aplomo, hechos de dolor relativamente recientes, los contaba como si fueran hechos que a todo el mundo le pasa. Sentí envidia y mucha admiración por ella, no porque soy una masoquista y quiero que me de una enfermedad similar, todo lo contrario. La envidio y la admiro porque a pesar de que tenemos casi la misma edad, ella ha sentido mucho más dolor y sufrimiento ha pasado por ese fuego más que yo, no se rinde, no se deja doblegar, ni siquiera su voz se quiebra incluso se la veia feliz a pesar de todo. Ojalá pueda convertirme en su amiga, porque desde ya me contagió ganas de seguir viviendo y saber usar bien el dolor.
Gracias a Dios por mi dolor, porque me va formando, porque es una olla a presión que me está preparando para tomar la oportunidad que representa cada día de ser feliz.
El dolor, el tiempo, la soledad, el sufrimiento, son cosas que no buscamos a propósito, pero cuando llegan lo hacen golpeando, modifican la estructura y la función, usemos nuestra capacidad reguladora y pidamos mucho al cielo para que todos esos cambios sean para bien, decidamos correctamente y agradezcamos por ello. Nunca dejemos de agradecer.

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