martes, 1 de febrero de 2011

Recorridos de un universitario enamorado


Recordaba aquellos días de estudiante de pregrado en la Universidad de Guayaquil. Como todo cholo que se respete el Malecón del Salado y el Parque Lineal eran recorridos obligados al salir con mi hermosa novia. Siempre me pareció que tanto el Malecón de la Universidad, como el del Salado y el Parque Lineal estaban perfectamente ubicados y mutuamente relacionados para largas caminatas. Empezando desde el Malecón de la Universidad a la media tarde, escapando del fuerte sol gracias a sus frondosos árboles, el recorrido es lo suficientemente largo para sostener una muy agradable conversación. Al final de este malecón y asimismo de la Universidad convenientemente se ubican unas cuantas filas de asientos de madera, abrigados del sol por una hermosa cubierta de vigas y enredaderas. Es aquí donde termina la Universidad y empieza el Parque Guayaquil, también conocido como el inicio del Malecón del Salado y donde los vendedores de refrescos, mote, mango, avena polaca y demás delicias del camino atiborran sus entradas. Unos pasos adelante se encuentra el patio de comidas del Malecón del Salado, este es el final del recorrido en algunas ocasiones porque desde aquí se puede contemplar todo el paisaje del estero y admirar tanto al Parque Lineal como al Malecón de la Universidad viéndose uno al otro frente a frente, como dos enamorados paseando por el Estero. Sin embargo la mayoría de las ocasiones el recorrido continúa hacia el Parque Lineal (dando un pequeño desvío por la Plaza Rodolfo Baquerizo Moreno para mirar el Obelisco), para llegar a este es necesario cruzar el Puente Cinco de Junio, un precioso entablado de madera oscura que hace que cada paso de los enamorados sea una nota de una canción romántica. Al cruzar el puente se encuentra la puerta de entrada al Parque Lineal, una pequeña puerta de metal, que a mi parecer siempre se encontraba entreabierta, nunca por completo. Dentro del parque se destacan las largas filas semicirculares de asientos de madera, finamente cubiertos del sol por un ligero follaje. Una gradería de cemento y piedra desciende a la orilla del estero y alcanza el inicio del manglar, que a mi parecer, es una de las vistas más hermosas del mundo. Al caminar por el parque uno se da cuenta el por qué de su nombre, este sigue en línea recta por casi dos kilómetros bordeando el estero y el manglar. La cerca de madera que separa el camino del manglar es se confunde con la belleza de este, y el sonido que se hace al pisar las hojas secas que caen sobre el camino continúa la melodía de amor que acompaña una agradable y larga caminata para enamorados universitarios.

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